Se hace necesario reinventarnos,
volver a calcular la edad del tiempo,
la plata ya agotada de los días
la delicada luz de los momentos.
Se hace necesaria otra distancia
que nos permita calibrar los sentimientos
porque hay una renuncia que transfiere
el peso de su ausencia,
esa tibia intuición de que al marcharnos
apenas si hallaremos
la trágica certeza de haber sido
la fría sensación de haber estado.
La muerte permanece agazapada
envuelta en la fría edad de los relojes,
desnuda como el agua
limita desde el vidrio inmaculado
los límites precisos de la vida.
Saber que nada somos, que al cabo sólo estamos,
que todo cuanto pasa es en el fondo
el transcurrir absurdo de la nada.
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